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EL DESPELOTE EN LA CASA BLANCA


Nos guste o no lo que sucede en la Casa Blanca repercute a nivel mundial. Los Estados Unidos siguen siendo la primera potencia militar, económica y tecnológica. La defensa de sus intereses geopolíticos, en sus áreas de influencia que abarca casi todo el planeta, es lo que al final de cuentas define el rumbo de la política mundial, y Donald Trump, es quien tiene bajo su control el famoso “botón rojo”, la última persona en decidir el uso de las terroríficas armas termonucleares. Basta un segundo de locura en el despacho oval de la Casa Blanca para que el imperio haga desaparecer del mapa inmensas regiones del mundo. Y como expresara Barack Obama en una inusual declaración, “últimamente salen cosas locas de esa Casa Blanca.” Algo que ojalá nunca suceda. Pero en la memoria tenemos Hiroshima y Nagasaki. Estados Unidos fue el único país que usó la bomba atómica, dos veces, y ambas contra poblaciones civiles. La paz del mundo depende mucho de la manera como los Estados Unidos defienden sus intereses geopolíticos. Busch destruyó Irak y Barack Obama decidió arrasar Libia y convertir en un cementerio ese floreciente país africano; pero en lo peor de su belicosidad guerrera, ni Bush ni Obama nunca se plantearon cruzar los límites de la guerra convencional. Esto ha cambiado con Donald Trump. El Pentágono aprobó en febrero del 2018 su nueva estrategia Nuclear Posture review (Revisión de la Postura Nuclear, en español) para hacer frente a los nuevos retos de la política mundial. Dos son los principales cambios en la nueva visión militar introducida por el Pentágono: - Rusia es el enemigo militar directo a enfrentar; China es el enemigo estratégico con quién disputarán en el futuro inmediato por la hegemonía mundial; Corea del Norte e Irán son los enemigos regionales donde tienen que provocar un cambio de régimen para debilitar su capacidad nuclear, y - Por primera vez se plantea la posibilidad de utilizar “armas nucleares frente a amenazas estratégicas no nucleares” por parte de enemigos muy difusos considerados como una potencial amenaza para la seguridad nacional de los Estados Unidos. Pero durante el gobierno de Donald Trump la política internacional de los Estados Unidos ha estado dictada más por los impulsos impredecibles y contradictorios de Donald Trump que por las políticas estratégicas de los Estados Unidos. El caso de Rusia es cosa de locos. Trump aparece como interesado en buscar una distensión con Putín, mientras sus críticos son fervientes partidarios de endurecer la posición de los Estados Unidos frente a Putín. En octubre, la OTAN realizará uno de los más grandes ejercicios militares justo en la frontera de Noruega con Rusia. Algo nunca antes visto ni en los tiempos más complicados de la guerra fría. Y el escándalo desatado por The New York Times con la publicación de un artículo anónimo “Soy parte de la resistencia dentro del gobierno de Trump” (NYT 5 sept.) ha puesto al descubierto no solo las grandes fisuras que existen al interior de la administración Trump, sino también la despiadada lucha por el poder y donde para los miembros de la denominada resistencia, “el presidente sigue actuando de una manera que es perjudicial para el bienestar de nuestra república.”

Esta delación ha colocado a la administración Trump patas arriba. Es como cuando al dueño del circo le empiezan a crecer los enanos y el espectáculo está a punto de transformarse en una parodia. Donald Trump clama venganza y ha iniciado una casa de brujas para dar con el autor del artículo. Las sospechas van en diferentes direcciones. La BBC se ha aventurado a señalar al Vicepresidente, Mike Pince, como el posible autor de la columna anónima publicada en el The New York Times contra Trump. Toda una locura, como diría Obama. Pero si esto fuera cierto, los temores de Trump, que enfrenta una serie de investigaciones desde sus tiempos de campaña, no son para menos. El anónimo articulista ha desatado todos los demonios que atormentan al díscolo presidente norteamericano, quien, desde su llegada a la Casa Blanca, trato de rodearse de incondicionales y sumisos colaboradores para protegerse y fortalecer su poder personal. El apocalíptico anuncio que “haremos lo que podamos para dirigir el rumbo del gobierno en la dirección correcta hasta que —de una manera u otra— llegue a su fin”, huele a sangre. Algunos analistas han visto en esta afirmación un llamado a un golpe de estado. En el mejor de los casos, este culebrón que sacude a la Casa Blanca tendrá su desenlace en las elecciones de noviembre para el congreso. Un triunfo de los demócratas en ambas cámaras será el final de la aventura de Donald Trump por la Casa Blanca.


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