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Internacional: El Juicio de la Historia


Vargas Llosa, al enterarse de la muerte de Fidel Castro, no se le ocurrió mejor idea que apropiarse de la célebre sentencia pronunciada por Fidel y expresarla en sentido negativo: “la historia no lo absolverá”, dijo el autor de Pantaleón y las Visitadoras.

Al atribuirse esa frase, Vargas Llosa dio rienda suelta a su imaginación y exteriorizó un simple deseo que no tiene ningún asidero en la realidad.

En el mundo literario, se pueden acomodar los hechos y acontecimientos para reconstruir una realidad novelística a imagen y semejanza de lo que el autor desea y su capacidad creativa le permite; pero en el mundo real, el de carne y huesos, el que vivimos cotidianamente, esa realidad solo puede ser explicada y comprendida a través de los hechos, tal como son. No hay otra opción, salvo que uno termine como un simple charlatán.

Más allá de la posición ideológica que defiende Vargas Llosa, el novelista en el caso de Fidel, tiene un grave problema de percepción de la realidad. Una cosa es defender una opción política, pero otra muy distinta es tergiversar groseramente los hechos que están a vista de todos y pretender darle una interpretación que choca con los muros infranqueables de la realidad. Salvo, claro está, para los ciegos que no pueden ver.

El juicio emitido por Vargas Llosa sobre Fidel falsifica los hechos, manipula la realidad y vacía de contenido los conceptos. Las palabras de Vargas Llosa, con respecto a Fidel, nacen muertas y no tiene mayor esfuerzo imaginativo. El novelista se queda repitiendo los viejos clichés acuñados por un anticomunismo trasnochado, que, visto y analizado con toda objetividad y rigurosidad intelectual, carecen totalmente de sentido.

Llamar “dictador” a Fidel Castro, hablar de una “tiranía” que gobierna Cuba, sostener que en la isla “no hay libertad” y que la población cubana “vive en extrema pobreza”, pueda que valga como parte de una agitación política o sirva para el ingenio literario, pero difícilmente van a poder encontrar algún hecho concreto que pueda sustentar racionalmente esos conceptos políticos manoseados vulgarmente por Vargas Llosa.

Lo que vemos en Cuba muestra otra realidad totalmente diferente a la que Vargas Llosa nos presenta.

Los dictadores, los de verdad -muchos de los cuáles despertaban la admiración de Vargas Llosa- ni bien expiran, sienten inmediatamente la repulsa popular. La muerte rompe con las cadenas de miedo y abre paso a las verdaderas emociones; lo hemos visto en innumerables casos, ni bien el pueblo se enteraba de la muerte de los dictadores, la alegría se apoderaba de las calles. La libertad vencía al miedo.


Si Fidel es el sanguinario dictador que proclama Vargas Llosa, ¿cómo explicar entonces esa conducta de los ciudadanos cubanos que de manera pacífica han recibido la noticia de la muerte de Fidel? ¿Cómo explicar ese sentimiento de pueblo que masivamente vienen expresando su respeto a la memoria de Fidel? ¿Cómo explicar el dolor de millones de cubanos que lloran la muerte de Fidel?

El tributo más grande, genuino, el que realmente vale, es el que uno recibe en el momento de la muerte. Ese es el verdadero juicio de la historia. Ese es el principal hecho histórico que trasciende por siempre y que se convierte en el hilo rojo que permitirá luego a los historiadores escribir la historia.

Fidel entra a la historia en olor a pueblo, con la moral en alto y con todo el honor que ser humano puede aspirar. Son pocos los dirigentes a nivel mundial que han alcanzado ese peldaño y ese reconocimiento masivo.

Ante esa realidad, las diatribas y calumnias propaladas por personajes como Vargas Llosa o Donald Trump se estrellan como un insignificante insecto frente a un indestructible muro de pueblo.

Fidel fue el más humano de todos los revolucionarios, nunca buscó la fama ni la perfección. Toda su obra es terriblemente imperfecta, es la obra de seres humanos, de hombres y mujeres sencillas, de pueblo convertido en fuerza transformadora que avanza en una búsqueda constante de la dignidad humana, la solidaridad y la igualdad.

No olvidemos que la revolución cubana sobrevive en medio de un brutal bloqueo y que ciertamente ha condicionado su evolución. No tomar en cuenta este aspecto es pretender analizar los hechos históricos como si estos sucedieran en un laboratorio, aislado de todos los conflictos y tensiones políticas que han marcado las relaciones de Cuba con los Estados Unidos.

Fidel logró unir al pueblo cubano, vencer a la dictadura Batista y resistir el asedio implacable que el imperialismo yanqui mantiene contra la isla.

La grandeza y el mérito histórico de Fidel es que dio el primer paso; ahora toca a las nuevas generaciones de cubanos continuar con esa obra humana.


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